martes, 9 de febrero de 2010

¿Qué escenario familiar ofrecemos a nuestros hijos?

Por mucho tiempo se aceptó que todas aquellas actividades relacionadas con la producción de recursos económicos y materiales, la esfera pública, era dominio de lo masculino, mientras que las actividades destinadas a la reproducción biológica, de manifestación de afectos y valores, las orbitas privadas, eran territorio de lo femenino.

Con los años, la mujer incursionó en la esfera pública tímidamente y poco a poco consiguió ser aceptada por su contraparte masculina. No obstante, cuando se ha demandado la presencia del hombre en la esfera doméstica, se encuentra una mayor resistencia, en ocasiones de las dos partes. Cuestionar esta demanda nos dirige a reflexionar sobre la forma y contenido en la construcción de relaciones familiares, relación de pares, en la promoción y reproducción de estereotipos excluyentes e inequitativos de actuación de los hombres sobre las mujeres e incluso de niños y niñas, tanto en la familia, el colegio y hasta en los mensajes de los medios de comunicación.

Esta situación de inequidad entre los géneros conduce a plantear la necesidad de abordar y visualizar la participación masculina en las diferentes órbitas de la vida social, donde un buen punto de partida lo aportamos nosotras, las mujeres.

Como madres, culturalmente se nos ha encomendado la tarea de socializar a nuestros hijos e hijas. Es allí donde, en la medida que los eduquemos en igualdad de condiciones, se podrá tener mayor participación de ellos en la esfera de lo privado y se abrirán mejores espacios para ellas, en el ámbito público. Por ejemplo, muchos evitan que los hijos varones jueguen a la cocinita o con muñecas o que las niñas jueguen con carros o herramientas. Pero eso si, se espera que aun de niños, los varones intervengan en las tareas domésticas y que al ser adulto cambie pañales. O que ellas puedan acceder a cualquier tipo de profesión, incluso los trabajos mecánicos. También se escucha en algunos hogares manifestaciones como “Los hombres no lloran”, limitando la expresión de emociones y/o sentimientos en los varones. En cambio, a las niñas se les suele reforzar la expresión de sus sentimientos, de ser más sensibles. Es así como estas ideas preconcebidas y la concepción que tengamos de ser hombre y de ser mujer, influyen en la forma como socializamos a nuestros hijos y como vamos forjado su personalidad.

En el caso de las nuevas madres, antes de esa “primera vez” ninguna de nosotras hemos tenido experiencia previa para cambiar pañales, alimentar y/o bañar a nuestros hijos, cuidarlos, cantarles, comprenderles, leer sus llantos, etc. Tampoco la tienen los hombres que son nuevos padres. Así que evitemos detener su iniciativa al cuidar o hacerse cargo del bebé, con comentarios tales como “esto es cosa de mujeres” ó “deja yo lo hago porque se te puede caer el bebé”. Así, poco a poco podremos construir un ambiente más incluyente para nuestros esposos y por extensión, para nuestros hijos.

Desde el rol de esposas, podemos incentivar la participación del cónyuge a partir del diálogo constante, concertar acuerdos en un proyecto de crianza, basado en el ejemplo. Es así como, si ambos padres trabajamos, cocinamos, nos divertimos, nos expresamos nuestros sentimientos, etc., nuestros hijos vivirán procesos de aprendizaje con una representación del mundo y de las relaciones donde su identificación primaria partirá de esta nueva construcción.

Esta construcción como hemos visto, debe tener en cuenta en sus contenidos y significados, una perspectiva de género, tomando el ser hombre y mujer en un aspecto netamente cultural, donde el ser “hombre” no signifique que lo estemos educando para ser personas aparentemente fuertes de carácter, pero que en el fondo estén siendo vulneradas por profundos vacios afectivos e incapacidades comunicativas y expresivas.

Reflexionemos acerca del escenario familiar que estamos ofreciendo y evaluemos qué estamos trasmitiendo, qué modelos paternos y maternos permitirán la identificación, imitación o diferenciación, etc., cómo estamos afectando esa construcción de identidad de género de nuestros niños y niñas. Es posible que el secreto resida en la diversidad: cualquier persona puede desempeñar cualquier actividad independientemente de su sexo.